Siempre me tentó el poema largo, enfrentarme a los innumerables retos que plantea, pero hay algo en su origen que no resulta cómodo ni agradable: me refiero al hecho de ser lo que podríamos llamar un «poeta puzle», ver cómo los fragmentos de un mismo poema van apareciendo con meses o años de diferencia y —lo que es peor— sin que uno llegue a darse cuenta hasta mucho después. Officium defunctorum llevaba escribiéndose casi catorce años cuando se publicó por primera vez, y —como en el caso de Aquí la juventud o El legado de Hamlet— varios fragmentos suyos habían aparecido en revistas y en alguna antología como poemas independientes. Forma parte —junto con La senda del cementerio y Gaviotas desde el «Ariel»— de un conjunto de tres poemas largos que no voy a ocultar que me gustaría ver publicados como el libro que son, aunque en 2004 —dado el desinterés y la escasa suerte editorial de que ya por entonces gozaba— decidí incluir los dos primeros a modo de «poemas bisagra» en Una canción extranjera (premiado en el «Antonio Oliver Belmás» del año anterior) aun cuando no formaban parte del original enviado al premio. Ese mismo 2004, durante unos meses de reposo obligado, retomé y terminé de dar forma a Gaviotas desde el «Ariel», el tercero de los mencionados, que tenía ya entre ocho y diez años reposando en una carpeta, y obtuve con él el premio Villa de Cox, que conllevaba la edición en la editorial Pre-Textos, donde apareció publicado como libro a finales de 2005.
Dije antes que Officium defunctorum llevaba escribiéndose casi catorce años cuando se publicó por primera vez, y desde entonces me he ido encontrando con varios fragmentos que claramente le pertenecen, el más reciente de los cuales (mayo de 2009) volvió a mi mente el viernes al mediodía cuando vi en el correo electrónico este mensaje de Cristina Morano: «Charo, esposa de José Daniel Espejo (HankOver) acaba de morir. No tenía ni 30 años. Deja dos niños muy pequeños. El velatorio será en el tanatorio de Murcia «Arco Iris». Cris». Se llamaba Charo, Rosario López, y éste es el fragmento del que hablaba, que ahora quiero dedicar a su memoria:
Casi siempre sucede de la misma
forma: alguien te dice que fulano
está muy mal y al cabo de unas pocas
semanas o unos meses un mensaje
en el correo electrónico te anuncia
la noticia: fulano ha fallecido.
Fue así con José Perona, amigo,
profesor y editor, ha sido así con
Antonio Vega, símbolo de toda
una generación y una manera
de entender la existencia que hoy parece
desordenada y loca, de antemano
condenada al fracaso y al abismo.
Y así, en plenitud de facultades
mentales o creativas —si no físicas—
van borrándose y desapareciendo
del mundo sus acordes, mientras otros
que tal vez ni siquiera merecían
haber nacido, siguen adelante
con la suerte de cara, con la estúpida
sonrisa de la disconformidad
dibujada en sus rostros.
Y pensamos
que no es justo que quienes adornaban
con su vida y sus obras este sucio
mundo infame nos sean arrebatados
por una enfermedad o un repentino
capricho de las moiras.
Dije Pepe
Perona, Antonio Vega, aunque podría
decir también Joaquín Fernández, Óscar
Burguillos, o José Alcaraz, amigos
tan cercanos como desconocidos
que también se marcharon de repente,
sin avisar, sin tiempo de ofrecerles
para el camino una sonrisa al menos…
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Es duro pensar que nuestra vida se completa, quizá, con la pérdida de otras… Vivir el presente es fundamental para no quedar muy perdidos cuando nos sorprende el vacío que nos dejan las ausencias……Y recoger nuestros fragmentos, nuestros recuerdos, nuestras palabras tiempo atrás pronunciadas, es para mi algo cotidiano, quizá porque he vivido mucho tiempo en desiertos impuestos por mi propia Suerte.Emocionantes recuerdos y pensamientos nos dejas.Un beso,Bego
Qué impresionantes versos. Y cómo me han recordado a ese otro poeta con quien te hermano (recuerdo que en otra ocasión, a propósito de Martí Pol, te escribí hablando de Soledat Gonzalez…). Pues sí, cómo me ha llegado el aroma inconfundible de Martí Pol en tus poemas, no por similitudes sino por alientos, eso que tan difícil resulta poder explicar satisfactoriamente. "Todo lo que se pierde, se pierde para siempre. Vosotros, yo, Soledad González…"
Decía el clásico que a la muerte no había que temer, porque mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos. Pero… ¿y la muerte de los amigos? Te leo siempre, Ángel. Me he convertido en un Paniaguado.Un abrazo.